Capítulo 12
Lo conocía desde hace muchos años, es cierto, mas nunca llegué a saber lo que había en el fondo de su corazón. Ambos crecimos en provincia y al ser hijos de importantes hacendados siempre coincidíamos en los eventos que realizaban los empleados de nuestros padres. Motivos nunca faltaban, ya sea para festejar a los santos patronos de los poblados circunvecinos o celebrar el inicio de la época de cosecha; pero por encima de todo, los momentos que reunían a unos y otros eran las faenas con el ganado, en donde los vaqueros hacían gala de sus habilidades para arriarlo, herrarlo y marcarlo, y los esperados rodeos en donde la cala y el pial , el jineteo y el coleadero eran suertes en las que todos querían participar.
Las haciendas daban la impresión de enormes fortalezas con altos muros, amplios patios y largos corredores llenos de macetas. Todas contaban con capilla, campanario y un torreón de vigilancia motivo por el cual a la región se le conocía como El Torreón. Cada una estaba rodeada por varias rancherías en donde vivían los trabajadores y sus familias. Ahí en ese lugar fue en donde conocí desde pequeña al que fuera el gran amor de mi vida: Agustín del Rosal. El nunca lo llegó a sospechar, ya que no tuve el valor de confesárselo.
Agustín siempre estaba alegre a pesar de las malas pasadas que le jugaba Teodoro; su mirada reflejaba algo que nunca pude descifrar. Su bondad hacia toda criatura hacía que todo mundo lo quisiera y que nadie se tragara las supuestas fechorías de las que siempre era acusado. Todos sabíamos que el perpetrador de ellas era Teodoro. Por qué nunca nadie abrió la boca cuando era el momento oportuno? Por qué nos hicimos cómplices de las maldades de “el gemelo del mal” como todos a escondidas le llamábamos? Tal vez porque desde pequeños aprendimos a tenerle más miedo a él que a los castigos de nuestros padres, y eso que el mío, Don Ricardo Berdún, se llevaba el premio mayor en cuanto a disciplina.
Aún recuerdo como si fuera ayer, los días que pasamos en El Torreón, jugando como si no existiera otra cosa en el mundo. Teodoro, Agustín, Eduardo y yo, hijos de los grandes terratenientes de la región, y Clara, Lucero y Antonio vástagos de los caporales de las haciendas de nuestros padres. Eduardo siempre fue un chico tímido que prefería sentarse a jugar con las niñas mientras los varones aprendían a montar y a hacer suertes con el lazo. Teodoro no tardó en darse cuenta de esta situación y empezó a burlarse constantemente de él haciendo referencia a sus gustos especiales y pronto el mote de “mariquita” estuvo en boca de chicos y grandes. Solo Agustín, con sus grandes ojos y su mirada profunda siguió dándole el mismo trato respetuoso y nunca salió de sus labios un comentario despectivo.
Hoy que ha pasado el tiempo y que la vida se ha encargado de entretejer caminos que nadie sospechaba viene a mi mente un recuerdo que siempre me ha acompañado. Sucedió en la época de vacaciones en que curiosamente coincidimos todos en El Torreón estando ya los hermanos Del Rosal, Eduardo, Clara y yo en la universidad. Fue un domingo cayendo la tarde, en que cabalgando por los agostaderos decidí descansar bajo la sombra de un frondoso álamo que crecía a los lados de unas viejas tapias, en donde años atrás solíamos jugar y soñar con el futuro. Primero llegaron a mis oídos jadeos y suspiros entremezclados, que dieron paso a un golpe en seco con una fusta; gritos, forcejeos y amenazas de muerte fueron seguidos por la salida impetuosa de Agustín, Teodoro y Lucero. Tirado en el suelo quedó Eduardo, quien no se percató de mi presencia ya que tratando de pasar desapercibida, sigilosamente había logrado esconderme entre los matorrales que bordeaban la finca, y ahí permanecí hasta que todos partieron. Nunca quise saber quien protagonizó cada parte de la historia, sobre todo porque después de ese día las cosas no volvieron a ser como antes. Agustín siguió su camino y yo el mío sin que nunca la vida me diera la oportunidad de manifestarle mis sentimientos. Me duele en el alma no haber hablado en su momento ya que el día de su funeral, cuando quise decirle todo lo que había en mi corazón, no pude ni si quiera darle un beso de despedida pues el ataúd permaneció cerrado , sin que nadie le viésemos por última vez por más que solicitamos fuera abierto.
Recuerdos que se agolpan y que me angustian llegan en el peor momento. Como directora del hospital, paso un buen tiempo en el mismo y hace un rato fui testigo de una declaración inaudita: Lucero, aquella chica pueblerina de mis correrías infantiles, que en plan de consulta visita a Arquímedes, mi jefe de psiquiatría, recibió al pasar por mi oficina una llamada en su celular; con quien hablaba, no lo sé, pero lo que le escuché decir me dejó helada: ella y Teodoro planean un asesinato. Ensimismada por la noticia y sin saber que hacer decidí ir a visitar al gemelo del mal. Son muchas las cosas raras que han sucedido desde la trágica muerte de Agustín, y con la campaña de desprestigio para eliminar de la contienda política a Eduardo, temo que él sea la víctima potencial.
Al salir del hospital escucho un alboroto, no se de que se trate, pero no me puedo detener a investigar, además cuento con personal altamente calificado para responder eficazmente ante una emergencia. En mi afán por llegar pronto a mi lugar de destino elijo una vía de acceso rápido que, contrariamente a mis deseos, me hace perder un tiempo valiosísimo debido a un accidente que obstaculizó el tráfico vehicular por más de una hora.
En las afueras de la residencia se alerta algo en mi interior: el guardia de seguridad no se encuentra en su puesto en la caseta de acceso y el portón se halla completamente abierto. Me estaciono apresuradamente y decidida a poner las cosas en claro de una vez por todas, me encamino hacia la entrada principal. En ese preciso momento se escuchan varios disparos en el área de jardines seguidos de un grito de auxilio por parte del vigilante. Asustada y sin saber que hacer, me refugio en la caseta.
Cual es mi sorpresa al darme cuenta de que Juventino, el amado hijo de Agustin y sobrino de Teodoro, a quien todavía ésta tarde teníamos recluido en el neuropsiquàtrico, sale corriendo del lugar apoyándose en el brazo de alguien a quien no alcanzo a ver con claridad, llevando en la mano un arma de fuego. Temblorosa aún, y sin saber quien más pueda estar involucrado protegido con las sombras de la noche, acciono como puedo el botón de alarma de la caseta, pidiéndole al cielo que pronto llegue el auxilio esperado.
Lo conocía desde hace muchos años, es cierto, mas nunca llegué a saber lo que había en el fondo de su corazón. Ambos crecimos en provincia y al ser hijos de importantes hacendados siempre coincidíamos en los eventos que realizaban los empleados de nuestros padres. Motivos nunca faltaban, ya sea para festejar a los santos patronos de los poblados circunvecinos o celebrar el inicio de la época de cosecha; pero por encima de todo, los momentos que reunían a unos y otros eran las faenas con el ganado, en donde los vaqueros hacían gala de sus habilidades para arriarlo, herrarlo y marcarlo, y los esperados rodeos en donde la cala y el pial , el jineteo y el coleadero eran suertes en las que todos querían participar.
Las haciendas daban la impresión de enormes fortalezas con altos muros, amplios patios y largos corredores llenos de macetas. Todas contaban con capilla, campanario y un torreón de vigilancia motivo por el cual a la región se le conocía como El Torreón. Cada una estaba rodeada por varias rancherías en donde vivían los trabajadores y sus familias. Ahí en ese lugar fue en donde conocí desde pequeña al que fuera el gran amor de mi vida: Agustín del Rosal. El nunca lo llegó a sospechar, ya que no tuve el valor de confesárselo.
Agustín siempre estaba alegre a pesar de las malas pasadas que le jugaba Teodoro; su mirada reflejaba algo que nunca pude descifrar. Su bondad hacia toda criatura hacía que todo mundo lo quisiera y que nadie se tragara las supuestas fechorías de las que siempre era acusado. Todos sabíamos que el perpetrador de ellas era Teodoro. Por qué nunca nadie abrió la boca cuando era el momento oportuno? Por qué nos hicimos cómplices de las maldades de “el gemelo del mal” como todos a escondidas le llamábamos? Tal vez porque desde pequeños aprendimos a tenerle más miedo a él que a los castigos de nuestros padres, y eso que el mío, Don Ricardo Berdún, se llevaba el premio mayor en cuanto a disciplina.
Aún recuerdo como si fuera ayer, los días que pasamos en El Torreón, jugando como si no existiera otra cosa en el mundo. Teodoro, Agustín, Eduardo y yo, hijos de los grandes terratenientes de la región, y Clara, Lucero y Antonio vástagos de los caporales de las haciendas de nuestros padres. Eduardo siempre fue un chico tímido que prefería sentarse a jugar con las niñas mientras los varones aprendían a montar y a hacer suertes con el lazo. Teodoro no tardó en darse cuenta de esta situación y empezó a burlarse constantemente de él haciendo referencia a sus gustos especiales y pronto el mote de “mariquita” estuvo en boca de chicos y grandes. Solo Agustín, con sus grandes ojos y su mirada profunda siguió dándole el mismo trato respetuoso y nunca salió de sus labios un comentario despectivo.
Hoy que ha pasado el tiempo y que la vida se ha encargado de entretejer caminos que nadie sospechaba viene a mi mente un recuerdo que siempre me ha acompañado. Sucedió en la época de vacaciones en que curiosamente coincidimos todos en El Torreón estando ya los hermanos Del Rosal, Eduardo, Clara y yo en la universidad. Fue un domingo cayendo la tarde, en que cabalgando por los agostaderos decidí descansar bajo la sombra de un frondoso álamo que crecía a los lados de unas viejas tapias, en donde años atrás solíamos jugar y soñar con el futuro. Primero llegaron a mis oídos jadeos y suspiros entremezclados, que dieron paso a un golpe en seco con una fusta; gritos, forcejeos y amenazas de muerte fueron seguidos por la salida impetuosa de Agustín, Teodoro y Lucero. Tirado en el suelo quedó Eduardo, quien no se percató de mi presencia ya que tratando de pasar desapercibida, sigilosamente había logrado esconderme entre los matorrales que bordeaban la finca, y ahí permanecí hasta que todos partieron. Nunca quise saber quien protagonizó cada parte de la historia, sobre todo porque después de ese día las cosas no volvieron a ser como antes. Agustín siguió su camino y yo el mío sin que nunca la vida me diera la oportunidad de manifestarle mis sentimientos. Me duele en el alma no haber hablado en su momento ya que el día de su funeral, cuando quise decirle todo lo que había en mi corazón, no pude ni si quiera darle un beso de despedida pues el ataúd permaneció cerrado , sin que nadie le viésemos por última vez por más que solicitamos fuera abierto.
Recuerdos que se agolpan y que me angustian llegan en el peor momento. Como directora del hospital, paso un buen tiempo en el mismo y hace un rato fui testigo de una declaración inaudita: Lucero, aquella chica pueblerina de mis correrías infantiles, que en plan de consulta visita a Arquímedes, mi jefe de psiquiatría, recibió al pasar por mi oficina una llamada en su celular; con quien hablaba, no lo sé, pero lo que le escuché decir me dejó helada: ella y Teodoro planean un asesinato. Ensimismada por la noticia y sin saber que hacer decidí ir a visitar al gemelo del mal. Son muchas las cosas raras que han sucedido desde la trágica muerte de Agustín, y con la campaña de desprestigio para eliminar de la contienda política a Eduardo, temo que él sea la víctima potencial.
Al salir del hospital escucho un alboroto, no se de que se trate, pero no me puedo detener a investigar, además cuento con personal altamente calificado para responder eficazmente ante una emergencia. En mi afán por llegar pronto a mi lugar de destino elijo una vía de acceso rápido que, contrariamente a mis deseos, me hace perder un tiempo valiosísimo debido a un accidente que obstaculizó el tráfico vehicular por más de una hora.
En las afueras de la residencia se alerta algo en mi interior: el guardia de seguridad no se encuentra en su puesto en la caseta de acceso y el portón se halla completamente abierto. Me estaciono apresuradamente y decidida a poner las cosas en claro de una vez por todas, me encamino hacia la entrada principal. En ese preciso momento se escuchan varios disparos en el área de jardines seguidos de un grito de auxilio por parte del vigilante. Asustada y sin saber que hacer, me refugio en la caseta.
Cual es mi sorpresa al darme cuenta de que Juventino, el amado hijo de Agustin y sobrino de Teodoro, a quien todavía ésta tarde teníamos recluido en el neuropsiquàtrico, sale corriendo del lugar apoyándose en el brazo de alguien a quien no alcanzo a ver con claridad, llevando en la mano un arma de fuego. Temblorosa aún, y sin saber quien más pueda estar involucrado protegido con las sombras de la noche, acciono como puedo el botón de alarma de la caseta, pidiéndole al cielo que pronto llegue el auxilio esperado.
De repente, una voz inconfundible me pregunta: Eugenia ¿que haces tú aquí?
Capítulo 13 sera publicado por All Marketing el día 26. Su frase de enlace es "Eugenia, ¿que haces tù aquì?
Nota: Esta novela crece con el esfuerzo de sus participantes. Se conocen sus capítulos pasados, pero no los que están por venir. Diversas mentes de diferentes lugares tienen el encargo de producirlos. Al término de la experiencia la novela completa será publicada en Cuantos cuentos cuentan. Las normas, finalidad del juego, así como los participantes en el mismo, pueden encontrarse en De aquí y de allá, el blog de Fairywindy.
Como tuve que hacer cambios de ùltima hora en la plantilla ayer al publicar el blog no tome en cuenta el acceso a los comentarios.
ReplyDeleteGracias MaM por avisarme
HOla Fairwindy!!!!
ReplyDeleteEstoy muy emocionado... mañana anexaré mi parte. No te preocupes, estará a tiempo.
Saludos,
allmarketing y muchos saludos,
Me encanta que la historia se vaya haciendo desde dentro de los diversos personajes. Parece que algunas cosas empiezan a cuadrar... Buen trabajo.
ReplyDeletelisto!!! espero les guste a todos...
ReplyDeleteSaludos y espero con ansias el capítulo 14!!!
La vida es en sí un experimento...
Mauricio Martínez R.
Pero que barbaridad! donde he estado? no he leido ni uno heheehe! felicidades por la novela!
ReplyDeleteYa actualice.. espero te guste.
besos!
Me ha encantado tu relato. Coexiona los anteriores y a la vez tiene verdadera identidad propia. Un saludo desde España tan lejos y tan cerca a la vez....hasta pronto.
ReplyDeleteFairywindy, ¿También este es tu blog? ¡QUe sorpresa, jajajaja!
ReplyDeleteChica, tu no paras, ¿eh?
Besoso